T-MEC: Estabilidad sin transformación y una competitividad que no puede dormirse

Cuando el T-MEC entró en vigor el 1 de julio de 2020, muchos lo consideraron una evolución natural del viejo TLCAN. Más temas, más regulación y una apuesta clara por la integración regional. Hoy, este tratado representa una de las anclas más firmes de la economía mexicana. Pero un ancla también puede inmovilizar si no sabemos usarla bien.


En datos duros, el T-MEC ha aportado resultados tangibles: casi el 37% del empleo formal en México está ligado directa o indirectamente al comercio con Estados Unidos y Canadá. Sectores como el manufacturero, agroindustrial y terciario (comercio exterior, logística, turismo de negocios y transporte) concentran más del 90% de este impacto. Tan sólo el sector terciario —donde se alojan los servicios— representa cerca del 15% del empleo generado por el T-MEC.


El país se ha consolidado como el principal socio comercial de EE.UU. en 2023 y 2024, por encima de potencias como China y Canadá. A la par, la atracción de inversión extranjera directa ha alcanzado un acumulado de más de $422,000 millones de dólares desde 1999, representando el 56.2% del total recibido.


Pero tras estos logros, surgen interrogantes más profundas: ¿el T-MEC ha sido sólo un estabilizador económico o realmente ha detonado un desarrollo estructural?


El índice de competitividad: luces y sombras

México escaló recientemente al puesto 25 en el ranking global de competitividad del IMD (2024), un avance notable. Sin embargo, en comercio internacional se ubica en la posición 52, lejos de lo que una economía que depende de sus exportaciones debería ostentar. En términos logísticos, el país presenta puntuaciones de 2.8 a 3.5 sobre 5 (Banco Mundial), con deficiencias marcadas en infraestructura comercial y puntualidad de entregas.


Lo preocupante es que muchas de nuestras exportaciones —particularmente en el sector automotriz y electrónico— dependen de insumos provenientes de Asia. La política reciente de restringir esas importaciones para forzar una producción nacional puede sonar nacionalista, pero en términos operativos, es temeraria. Sin insumos baratos y eficientes, la productividad se verá mermada, y con ello, la competitividad regional.


Si México deja de ser un socio eficiente, ¿quién detiene a Estados Unidos de ampliar su red de intercambio con Asia o reenfocar su estrategia hacia otras regiones más ágiles y menos costosas?


¿Y ahora qué?

Hoy tenemos un tratado moderno, millones de empleos en juego y una ventana de oportunidad con lo que queda del nearshoring. Pero también tenemos una competitividad frágil, una logística desigual y una política económica que, mal enfocada, puede autoboicotearnos.


Presionar al sector exportador para cerrar la puerta a insumos clave es jugar con fuego. Este sector no solo genera valor agregado real, también sostiene el flujo fiscal del país en IVA e ISR. De los más de 27 millones de empleos formales en México, entre 5 y 6 millones están ligados al comercio exterior. ¿De verdad podemos darnos el lujo de debilitar a quien sostiene parte de la economía nacional?


El T-MEC nos dio tiempo. Pero el tiempo, como en el ajedrez, también se agota. Si no lo usamos para convertir la estabilidad en transformación, lo perderemos. Y cuando eso ocurra, ya no será suficiente tener un tratado: necesitaremos una economía que compita… y una voluntad que no se doblegue.

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